En primer
lugar, la Segunda Guerra Mundial surgió en función del
enfrentamiento entre ideologías que amparaban sistemas político—económicos
opuestos. A diferencia de la guerra anterior, enmarcada en un solo sistema
predominante —el liberalismo capitalista, común a los dos bandos—, en el
segundo conflicto mundial se enfrentaron tres ideologías contrarias:
el liberalismo democrático, el nazi—fascismo y el comunismo soviético.
Estos dos últimos sistemas, no obstante ser contrarios entre sí, tenían en
común la organización del Estado fuerte y totalitario y el culto a la
personalidad de un líder carismático, características opuestas al liberalismo
que postula la democracia como forma de gobierno y la libertad e igualdad de
los individuos como forma de sociedad.
En segundo
lugar estaban
los problemas étnicos que, presentes desde siglos atrás, se fueron haciendo más
graves al llevarse a efecto las modificaciones fronterizas creadas por el
Tratado de Versalles, que afectaron negativamente sobre todo a Alemania y a
Austria —naciones pobladas por germanos— y redujeron de manera considerable sus
territorios.
Este
hecho fue determinante para difundir en esos pueblos el sentimiento de
superioridad de la raza germana —identificada por Adolfo Hitler como “raza
aria” de acuerdo con una idea desarrollada en la filosofía alemana del siglo
XIX— frente a los grupos raciales, principalmente los judíos que controlaban la
economía capitalista, y quienes, según la perspectiva de los nazis, habían
dividido a los pueblos germanos e interrumpido su desarrollo económico.
Por
otra parte, la insistencia de Hitler por evitar el cumplimiento del Tratado de Versalles provocó diferentes reacciones
entre los países vencedores: Francia, que temía una nueva agresión de Alemania,
quería evitar a toda costa que resurgiera el poderío bélico de la nación
vecina. En cambio, el gobierno británico y el de Estados Unidos subestimaban el
peligro que el rearme alemán representaba para la seguridad colectiva;
consideraban que el Tratado de Versalles había sido demasiado injusto, y veían
con simpatía la tendencia anticomunista adoptada por la Alemania nazi, porque
podría significar una barrera capaz de detener el expansionismo soviético hacia
Europa, calificado entonces por las democracias occidentales como un peligro
mayor y mucho más grave que el propio nazismo. A causa de ese temor al
comunismo, el gobierno británico adoptó una política de “apaciguamiento”
respecto al expansionismo alemán, bajo la idea de que al hacer concesiones a
Hitler podría evitarse una nueva guerra y se obtendría, además, su
colaboración contra el peligro soviético.
En tercer
lugar, en
la década de los años treinta la situación del mundo era muy distinta a la de
1914. Aparte de los trastornos ocasionados por la crisis económica iniciada en
Estados Unidos, aún persistían los efectos devastadores de la Primera Guerra
Mundial, que había producido una enorme transformación en todos los ámbitos de
la vida humana y originado grandes crisis en prácticamente todos los países de
la Tierra. Además, la secuela de tensiones internacionales que ese conflicto
produjo, preparaban el camino para una nueva guerra, no obstante los intentos
de la Sociedad de Naciones por evitarla. Por esta razón, puede decirse que la
Segunda Guerra Mundial se originó directamente de la Primera; de ahí que ambos
conflictos, enlazados por el periodo de entreguerras, constituyan lo que se
considera como la “Segunda Guerra de los Treinta Años” en la historia moderna
de la humanidad.
Por: Diana Cortez